sábado, 17 de marzo de 2012

De verdades, mentiras piadosas, hipocresía y ganas de joder.

Verán, yo soy de esa clase de personas que siempre dicen lo que piensan, incluso cuando no debería. Soy de esas que opinan que decir la verdad es su máxima prioridad. Pero hay dos tipos de personas que afirman ser partícipes de este principio: aquellas que tienden a decir críticas y opiniones todo el tiempo sin que nadie les pregunte, y otras que responden a tus cuestiones e intentan ayudarte compartiendo sus verdades, siempre desde el respeto y la cordialidad. Me alegra afirmar que pertenezco al segundo grupo, y no al primero.
Este hecho me trae varios problemas desde hace tiempo: no todo el mundo está dispuesto a oír la verdad. A veces escucharla puede ser duro, o incómodo. La vida no siempre puede ser perfecta, es más, no lo es ni siquiera un 10%  del tiempo. Estamos condenados a enfrentarnos a obstáculos, y problemas diversos, condenados a sufrir el costo de alcanzar el éxito, la calma y la felicidad, aunque duren sólo breves instantes. Ésa es la verdad, triste, pero cierta, y no hay vuelta de hoja. Sin embargo, aceptarla no resulta difícil cuando estamos dispuestos a hacerlo. La gran mayoría lo hará: asentirá y mostrará en su rostro una expresión de conformidad, cosa que resulta agradable. Pero les diré que no siempre es así.
Hay gente que sólo espera el rosa, ver la vida de dicho color, palabras de dulce sabor, cada hecho bañado en caramelo, y se molestan cuando no reciben algo similar. Esto, al fin y al cabo, no es más que una muestra de inmadurez, ya que todo niño pensaría así en su inocencia, pero es inevitable perder esta facultad tras el paso del tiempo y el golpe de la experiencia. Sin embargo, cuando la hipocresía aparece en escena, todo se vuelve turbio, molesto. El Diccionario de la Real Academia Española de la lengua define hipocresía como: Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Aquí quiero hacer referencia al... "¿Qué opinas? ¡Pero sé sincero, eh! ¡Dime la verdad! ¿Estás de acuerdo conmigo?"
Ajá, aquí quería yo llegar... "SÉ SINCERO, EH"... "DIME LA VERDAD". No, perdona, pero no. No pidas la verdad si no estás dispuesto a asimilarla. No pidas la verdad si sólo exiges teñir con mi voz tus deseos, si esperas que te dé la razón sin tenerla, si esperas que me guarde mi opinión sincera, y simplemente asienta o te diga que comparto enteramente el aspecto del que estás hablando. Porque si no es la verdad no es correcto decirlo, si no es la verdad no te la voy a decir. Yo sí soy sincera, yo sí soy fiel seguidora de mis propias palabras, yo sí te diré un "NO" cuando sea necesario, simplemente para que lo tengas en cuenta, para que seas consciente de que tu idea no tiene por qué agradar al resto, para que lo sepas, y si fuera necesario, para que corrijas tu comportamiento. A mí me gusta que me digan la verdad, incluso cuando se trata de un "Te quiero". No me digas que me quieres si nunca lo has sentido, no adornes de colores pastel tu tendencia a la falsedad, ni te esfuerces en ocultarla. No me digas que te gusta lo que hago, si después vas a criticar cada uno de mis movimientos. No me digas que estás conforme, simplemente, dime la verdad. Porque yo cuando pido sinceridad, la pido en serio, y es por eso que cuando tú me la pidas, te responderé igual. 
¡Yo uso mi privilegio de libertad! Yo digo lo que pienso sin complejos, pero sin ofender, y así puedo ser feliz, pues tengo mi conciencia bien tranquila.
No me vengas con tonterías ni dobles caras, dobles sentidos, intenciones falsas. No me vengas con peligrosas artimañas.
 NO ME VENGAS PIDIENDO VERDAD, ESPERANDO MENTIRAS PIADOSAS, REBOSANDO PURA HIPOCRESÍA. Por favor te lo pido... NO ME VENGAS CON GANAS DE JODER.



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